Abue:
Me acuerdo de ti, recién duchada y arreglada, en tu habitación de Badalona, mi hermana y yo saltando sobre tu cama en cuanto nos dabas permiso, para vigilar, por la ventana, la llegada de mi madre con ensaimadas para el desayuno.
Te recuerdo en la playa, sentada frente al mar, tu Mediterráneo. Las piernas saliendo de la sombrilla para broncearte solo esa parte del cuerpo, el bolso de rayas gris y amarillo colocado a tu lado del que sacar, nada más salir del agua, un peine con el que recolocarte del baño, antes de ponerte de nuevo el gorro; una toalla pequeña para quitarte el salitre de cara y manos, y una pitillera a juego con el bolso.
Te recuerdo buscando con ansiedad a Pepito, mi muñeco preferido que murió en aquel mar, a cambio del que me compraste unas gafas de sol, una cámara de fotos de mentira, una pelota y una piruleta (salí ganando, Pepito era un barriguitas calvo y con ropa de pijama). Y te recuerdo jugar conmigo a las familias de mecheros (afición solo posible en esta gran familia de fumadores), cuidarme de enfermedades y angustias infantiles. Sé que fuiste guardiana de mis sueños cuando no podía dormir de vacaciones y que hasta viste La Parodia Nacional conmigo. Pero sobre todo sé que fuiste mucho más heroína que princesa, y bastante más guerrera que abuela.
Y así, de golpe, a la una de la madrugada, me han ido viniendo, en violentas estelas, todo lo que has sido para mí: abuela, madre, consejera, consuelo, compañía, cuidadora, enfermera. Y todas las imágenes se han ido reproduciendo una tras otra: de repente estábamos en una terraza frente al mar, de repente en un balcón de un pueblo feísimo de la costa valenciana, tú fumando, con esos finos e infinitos dedos, de repente comíamos, seguramente poco, en un chiringuito, las dos con las piernas impecables de arena, de repente me mirabas de reojo en la mesa camilla para saber si estaba enfadada con mi madre, de repente sabías recitar de memoria los cumpleaños, e incluso los teléfonos de hijos, nietos y biznietos, y me preguntabas por mis amigas, por esos lares cuando ya no te acordabas de dónde vivía, de repente veíamos una película de miedo un viernes por la noche, de repente me escuchabas jugar en el cuarto de juego y me preguntabas si esos poemas eran míos, de repente me señalabas sonriendo y me sentía la elegida, de repente comíamos melón y me sentía afortunada por parecerme a ti en esas pequeñas cosas, de repente almejas con cuchillo y tenedor, champán y hola rafaela y feliz navidad a miles de hijos y nietos, cigarros mentolados descatalogados, y hasta una misa a tu lado. Me curaste de muchas cosas, abuela.
Abue: te mentí. No te avisé de las cosas que pasaban desde que no estabas bien. Ya no hay relojes que marquen las horas en ninguna casa, no se abrillanta el suelo y todas las paredes se han agrietado, no sabemos rellenarlas.
No te dije nunca que no hay ni una persona en este mundo que me conozca que no sepa que tengo una abuela eterna, que nunca se irá.
De lo que no me acuerdo, sin embargo, es de la última tarde, de encontrarte derrumbada por el yugo del cierzo, la mirada hacia la oscuridad, pisar despacio, caminar deprisa.
Hace cinco años te pregunté si tenías miedo a la muerte. “No me da miedo”, dijiste, con esa valentía que siempre te caracterizó. “Ni pienso en ello porque lo encuentro tan natural que… Lo único que digo es: ¿otro año más? Pero no me hacen ningún caso desde arriba. Aquí me dejan”.
Tú también lo sabías, entonces. Sabías que eras eterna. Y que, como dice Camarón, has flotado sobre el tiempo, como un velero. Y como antes has surcado los mares con valentía, casi con fiereza, no hemos sabido comprender en estos últimos años de tu vida, que te habías dedicado a soñar. Has soñado porque has vivido mucho, y quizá la vida no dé para tanto y hay que repetirla en la memoria. El problema es que a veces, desgraciadamente, los sueños tienen oscuras flores de duelo, y, sobre todo, que nadie puede abrir semillas en el corazón del tiempo para sembrar algo que nos cure ahora las heridas.
Yo me iré contigo a la orilla, a ver el mar infinito, la piernas limpias sin arena, los relojes en hora, el perfume de Dior, las toallas de manos para que no salgan marcas del frío, las sábanas dobladas entre dos. Siempre estarás en nosotras.