Tuesday, July 9, 2019

Escuálida verdad

Hace tiempo que lato como en un fantasma
Beso en porno
Camino en nenúfar

Thursday, March 7, 2019

Otro 8M para ti, abuela

Abue: este 8 de marzo me he unido a la asamblea del barrio y he estado paseando por las calles, poniendo carteles, con gente que me ha hecho pensar en ti. En ti y en tu lucha diaria, feroz, aunque de mesa camilla, contra el orden establecido. En ti y en quien olvida que gente como tú también era feminista, que gente como tú nos hizo feministas. En ti y en tu “valiente, como el Cid campeador”, para cada paso que dábamos: si el cid era hombre o mujer no era lo importante, ni qué hubiera hecho, solo es que teníamos que seguir caminando. Estas mujeres del barrio hablan de maestras de la república, y me acuerdo de que regalaste tu título de maestra a las monjas, porque hubieras querido uno de farmacéutica. Me acuerdo de ti diciendo boticaria, que es mucho más elegante. Me acuerdo de ti, aunque no te viera, paseando por las calles de joven, fumando, con esos cigarros que trajeron los italianos. Y pienso cuántas vidas viviste, cuántas luchas feministas debiste de haberte encontrado, cuántos 8 de marzo, cuántos obstáculos como mujer.

Las mujeres del barrio no son tan mayores como tú pero hablan de que echan de menos tomar cafés con algunas amigas, como contabas con nostalgia tú el vermú con tu hermana, hablan de tejer como tejías tú aun a tu desgracia, hablan de maridos, como no elegiste tú a tu acompañante. Y cuentan que una doctora quiere congregar a un grupo de octogenarias empeñadas en ir a la manifestación y me hubiera encantado llevarte, casi lucirte como un estandarte, pero seguramente me hubieras dicho que ni loca.


Pienso, sin embargo, que paseas de blanco por las calles de Madrid, con “el traje de los viajes”, como seguramente hiciste, y tus gafas de sol. Y que quizá no entenderías todo, como en Good bye, Lenin!, pero estarías orgullosa de ver a todas esas mujeres en pie. Y te darías cuenta de que no había hombres en nuestra casa ya, los habíamos derribado a todos.  

Monday, February 11, 2019

Mi abuela era eterna

Abue:

Me acuerdo de ti, recién duchada y arreglada, en tu habitación de Badalona, mi hermana y yo saltando sobre tu cama en cuanto nos dabas permiso, para vigilar, por la ventana, la llegada de mi madre con ensaimadas para el desayuno.

Te recuerdo en la playa, sentada frente al mar, tu Mediterráneo. Las piernas saliendo de la sombrilla para broncearte solo esa parte del cuerpo, el bolso de rayas gris y amarillo colocado a tu lado del que sacar, nada más salir del agua, un peine con el que recolocarte del baño, antes de ponerte de nuevo el gorro; una toalla pequeña para quitarte el salitre de cara y manos, y una pitillera a juego con el bolso.

Te recuerdo buscando con ansiedad a Pepito, mi muñeco preferido que murió en aquel mar, a cambio del que me compraste unas gafas de sol, una cámara de fotos de mentira, una pelota y una piruleta (salí ganando, Pepito era un barriguitas calvo y con ropa de pijama). Y te recuerdo jugar conmigo a las familias de mecheros (afición solo posible en esta gran familia de fumadores), cuidarme de enfermedades y angustias infantiles. Sé que fuiste guardiana de mis sueños cuando no podía dormir de vacaciones y que hasta viste La Parodia Nacional conmigo. Pero sobre todo sé que fuiste mucho más heroína que princesa, y bastante más guerrera que abuela.

Y así, de golpe, a la una de la madrugada, me han ido viniendo, en violentas estelas, todo lo que has sido para mí: abuela, madre, consejera, consuelo, compañía, cuidadora, enfermera. Y todas las imágenes se han ido reproduciendo una tras otra: de repente estábamos en una terraza frente al mar, de repente en un balcón de un pueblo feísimo de la costa valenciana, tú fumando, con esos finos e infinitos dedos, de repente comíamos, seguramente poco, en un chiringuito, las dos con las piernas impecables de arena, de repente me mirabas de reojo en la mesa camilla para saber si estaba enfadada con mi madre, de repente sabías recitar de memoria los cumpleaños, e incluso los teléfonos de hijos, nietos y biznietos, y me preguntabas por mis amigas, por esos lares cuando ya no te acordabas de dónde vivía, de repente veíamos una película de miedo un viernes por la noche, de repente me escuchabas jugar en el cuarto de juego y me preguntabas si esos poemas eran míos, de repente me señalabas sonriendo y me sentía la elegida, de repente comíamos melón y me sentía afortunada por parecerme a ti en esas pequeñas cosas, de repente almejas con cuchillo y tenedor, champán y hola rafaela y feliz navidad a miles de hijos y nietos, cigarros mentolados descatalogados, y hasta una misa a tu lado. Me curaste de muchas cosas, abuela.

Abue: te mentí. No te avisé de las cosas que pasaban desde que no estabas bien. Ya no hay relojes que marquen las horas en ninguna casa, no se abrillanta el suelo y todas las paredes se han agrietado, no sabemos rellenarlas.

No te dije nunca que no hay ni una persona en este mundo que me conozca que no sepa que tengo una abuela eterna, que nunca se irá.

De lo que no me acuerdo, sin embargo, es de la última tarde, de encontrarte derrumbada por el yugo del cierzo, la mirada hacia la oscuridad, pisar despacio, caminar deprisa.

Hace cinco años te pregunté si tenías miedo a la muerte. “No me da miedo”, dijiste, con esa valentía que siempre te caracterizó. “Ni pienso en ello porque lo encuentro tan natural que… Lo único que digo es: ¿otro año más? Pero no me hacen ningún caso desde arriba. Aquí me dejan”.

Tú también lo sabías, entonces. Sabías que eras eterna. Y que, como dice Camarón, has flotado sobre el tiempo, como un velero. Y como antes has surcado los mares con valentía, casi con fiereza, no hemos sabido comprender en estos últimos años de tu vida, que te habías dedicado a soñar. Has soñado porque has vivido mucho, y quizá la vida no dé para tanto y hay que repetirla en la memoria. El problema es que a veces, desgraciadamente, los sueños tienen oscuras flores de duelo, y, sobre todo, que nadie puede abrir semillas en el corazón del tiempo para sembrar algo que nos cure ahora las heridas.

Yo me iré contigo a la orilla, a ver el mar infinito, la piernas limpias sin arena, los relojes en hora, el perfume de Dior, las toallas de manos para que no salgan marcas del frío, las sábanas dobladas entre dos. Siempre estarás en nosotras.

JA

La carcajada atravesó la capa de sueño y la convirtió en vigilia gracias, amiga sonó como un crujido de crocanti, quebrando el mol...