Abue: este 8 de
marzo me he unido a la asamblea del barrio y he estado paseando por
las calles, poniendo carteles, con gente que me ha hecho pensar en
ti. En ti y en tu lucha diaria, feroz, aunque de mesa camilla, contra
el orden establecido. En ti y en quien olvida que gente como tú
también era feminista, que gente como tú nos hizo feministas. En ti
y en tu “valiente, como el Cid campeador”, para cada paso que
dábamos: si el cid era hombre o mujer no era lo importante, ni qué
hubiera hecho, solo es que teníamos que seguir caminando. Estas
mujeres del barrio hablan de maestras de la república, y me acuerdo
de que regalaste tu título de maestra a las monjas, porque hubieras
querido uno de farmacéutica. Me acuerdo de ti diciendo boticaria,
que es mucho más elegante. Me acuerdo de ti, aunque no te viera,
paseando por las calles de joven, fumando, con esos cigarros que
trajeron los italianos. Y pienso cuántas vidas viviste, cuántas
luchas feministas debiste de haberte encontrado, cuántos 8 de marzo,
cuántos obstáculos como mujer.
Las mujeres del
barrio no son tan mayores como tú pero hablan de que echan de menos
tomar cafés con algunas amigas, como contabas con nostalgia tú el
vermú con tu hermana, hablan de tejer como tejías tú aun a tu
desgracia, hablan de maridos, como no elegiste tú a tu acompañante.
Y cuentan que una doctora quiere congregar a un grupo de octogenarias
empeñadas en ir a la manifestación y me hubiera encantado llevarte,
casi lucirte como un estandarte, pero seguramente me hubieras dicho
que ni loca.
Pienso, sin embargo,
que paseas de blanco por las calles de Madrid, con “el traje de los
viajes”, como seguramente hiciste, y tus gafas de sol. Y que quizá
no entenderías todo, como en Good bye, Lenin!, pero estarías
orgullosa de ver a todas esas mujeres en pie. Y te darías cuenta de
que no había hombres en nuestra casa ya, los habíamos derribado a
todos.